Las expectativas son peligrosos objetivos que
uno mismo se inventa o que alguien más siembra en nuestras mentes y que al fin
y al cabo están basados en deseos débiles que no hacen parte de nuestros
instintos, de nuestras prioridades.
Muchas veces nos encaminamos hacia una
expectativa que creemos está cerca, que creemos ver al otro lado de la calle y
que parece inmune a cualquier complicación. Pero cuando vamos caminando y
empieza a amanecer, cuando nuestros ojos y nuestra mente están bien despiertos,
vemos que la calle a cruzar, más que un camino, es una autopista y que para
cruzarla hay que enfrentar temores, egos, poderes, voluntades y otros muchos
monstruos que se aproximan a nuestro objetivo imaginario, se acercan de una forma lenta
pero decidida y que no sabemos si valen la pena enfrentar.
En este punto se presentan dos opciones: la
primera es entrecerrar los ojos y seguir caminando convencidos de que lo que
vemos no es cierto. La segunda es seguir el camino con precaución y con la
tranquilidad de quíen sabe que es posible llegar o caer y golpearse contra el
mundo.
Hace unos meses tomé la primera opción y no me
caí sola sino también cayeron aquellos con los que compartí el entusiasmo de
esa expectativa gaseosa. Luego, hace unas semanas, me decidí por la segunda
opción y hoy, al amanecer, siento que no me caí sino que me tropecé y me dio
risa evitar la caída.
Aunque en principio parezca triste no llegar a
dónde se esperaba, luego de un rato cuando se decantan las primeras
impresiones, el sentimiento es de calama, de introspección. Es ahí cuando la
realidad aterriza en nuestras manos reflejando nuestros sueños: esos objetivos
que nacen de una impresión de la vida real, de un camino ya caminado y de un
sentimiento que sale del estómago, de lo más profundo de nuestro ser. Es ahí
cuando uno se da cuenta que el universo está mandando una señal para seguir el
camino que el alma anhela, ese camino que desde el principio muestra sus
obstáculos y que al final esconde el tesoro de la plenitud y la satisfacción de
un amor vivido.
Hoy vuelvo mi atención a ese sueño que me ha
movido hasta acá y que me seduce a saltar al vacío de una autopista a la que ya
no le temo.